Juárez

By admin on 27 May 2011 |

Nombre: 
Gustavo Marcelo

Juárez Gustavo Marcelo [Transitó DD] ¡Presente! El 12 de agosto de 1977 es secuestrado en Almagro Gustavo Marcelo Juárez. Lo apodaban Fresco (porque siempre se lo veía con su amigo Batata) o el Loco porque solía jugar bromas a los profesores Tenía 19 años y había estudiado en el Nacional Buenos Aires. Vivía en Rivadavia 4006, 10º B La baldosa se pondrá Hipólito Yrigoyen y Yapeyú porque, como recuerdan sus amigos, era una esquina significativa para él Denuncia su desaparición César Augusto Iparraguirre. CONADEP 2634. CI 6.176.221 Enviar cualquier información sobre Gustavo a memoriayjusticialmagro@yahoo.com.ar Historia escrita por un cumpa de Gustavo Con Gustavo Juárez estudiamos en el Nacional Buenos Aires entre 1971 y 1974. Durante los tres primeros años fuimos compañeros de banco […] coincidíamos en todo con un tercer amigo: Enrique. Éramos de Racing […] peronistas y nos gustaba la misma música. En cuarto año nos distanciamos un poco porque, mientras él radicalizaba su militancia de la UES, yo me mantenía muy crítico de ella. Le achacaba que parecían un club social, que la revolución no se hacía con pendejitos de clase media alta y que la verdadera militancia era en el barrio o la fábrica, no en un colegio de intelectuales. En 1975 cambié de colegio, empecé a trabajar y nos vimos muy esporádicamente. A fines de ese año Gustavo llamó a un vecino (única forma de contactarme porque yo no tenía teléfono) para pedirme que me acercara a la Plaza de Primera Junta. Dijo que necesitaba ayuda y me pidió que no llamara a sus padres. Lo fui a buscar y lo encontré descalzo, con la camisa rota, un poco ensangrentado y magullado porque se había peleado con el padre. No era la primera vez que ocurría […] Vino a vivir a mi casa por unas pocas semanas, hasta que su mamá (Mabel) recompuso un poco la relación con su padre. De esta experiencia Gustavo sacó como conclusión que en mi casa contaba con un refugio seguro porque nadie conocía donde quedaba ya que siendo un hogar humilde yo no invitaba a mis compañeros de colegio porque me daba cierto pudor mostrar cómo vivíamos. Al no tener teléfono, yo no figuraba en ninguna agenda, sus padres si bien me consideraban un amigo muy cercano, sólo conocían mi apodo -hasta el día de hoy muchos no me ubican más que por ese sobrenombre- y, fundamentalmente, Gustavo descubrió que la gente humilde suele ser mucho más proclive a cobijar a gente en apuros. A los pocos meses sobrevino el golpe del 76. Por ese entonces Gustavo ya era dirigente de la UES. Si mal no recuerdo era responsable de una circunscripción en el sur de Capital, yo militaba en la Juventud Peronista de Paternal y Agronomía, dentro de un grupo bastante crítico hacia la conducción montonera y donde las normas de seguridad se respetaban a rajatabla. Lo cual permitió que casi todos sobreviviéramos al desastre que se nos vino encima. Una noche a fines de abril, Gustavo apareció repentinamente en mi casa en un estado de alteración total […] Recién después de un largo rato durante el cual mis padres y yo tratamos de calmarlo, nos contó que dos noches atrás se encontraba con un compañero de la UES apodado Bigote en la esquina de Castro Barros esperando a un tercero que faltó a la cita y que verosímilmente fue el que los delató. Los rodeó una patota de civil y los hicieron tirar al piso. Los tipos estuvieron un rato bastante largo esperando y finalmente los metieron en el piso del asiento trasero de un Falcon. Durante el viaje los molieron a patadas y, al cabo de un tiempo llegaron a un lugar a un descampado de la provincia (según dedujo por el olor a tierra mojada y pasto) Allí los metieron en un lugar parecido a un galpón e interrogaron a Bigote con golpes y picana. Concretamente le preguntaban dónde podían ubicar al responsable del ámbito (o sea, Gustavo) y por qué no había ido a la cita. Aparentemente a Gustavo lo salvó en esta oportunidad, que siendo Bigote una persona adulta, casada y con un hijo (estudiaba en una escuela nocturna) los torturadores no podían concebir que su jefe fuera un mocoso lampiño como Gustavo. Bigote durante toda la noche y el día siguiente sostuvo que Gustavo era un pobre opa que deambulaba por el barrio mangueando cigarrillos y que el responsable había faltado a la cita por motivos que desconocía. Tengo que hacer una extrapolación, Gustavo era un comediante notable y uno de sus personajes mejor logrados era un chico discapacitado que se babeaba al hablar. Solíamos ir a la cancha de Racing y tanto en el viaje como en la entrada de la cancha ponía en práctica su personaje para conseguir que, con tal de que se dejara de babear, el colectivero o el empleado de control de la cancha, lo dejaran pasar. En esa ocasión, Gustavo sacó provecho de su personaje. Me contó que los torturadores no podían creer que semejante tonto pudiera ser el jefe de una parte de la UES de la Capital, que cuando le pegaban tirado en el piso se abrazaba a las piernas de los asesinos y les decía Señó, señó, no me pegue más, me voy a portar bien lo que aparentemente los descolocaba bastante y de paso, se ahorraba patadas porque los tenía agarrados de una pierna. La noche del segundo día los tipos le avisan a Gustavo que lo van a soltar, que no le van a hacer nada pero que no tiene que contarle a nadie lo que pasó y lo que oyó. Gustavo les dice que sí, que se va a portar bien y de repente les pide un cigarrito, lo que parece terminó de convencerlos. Lo curioso es que pese a que pidió todo el tiempo cigarrillos nunca le dieron uno. Si se lo hubieran dado, los torturadores habrían descubierto que Gustavo ni siquiera sabía tragar el humo porque nunca había fumado. Lo largaron en un lugar que, según pudimos deducir, sería Gregorio de Laferrere o González Catán. Gustavo vino inmediatamente a mi casa […] La noche siguiente allanaron por primera vez la casa de Gustavo. Comienza así el saqueo permanente contra los Juárez y Gustavo pasa a la clandestinidad. Los primeros días Gustavo estaba desesperado. De a poco pudo retomar alguna rutina, si se puede llamar rutina a la vida que llevábamos en esos días. Durante esa parte de 1976 las cosas empezaron a ir de mal en peor, todos los días nos enterábamos de que habían caído varios compañeros, parecía una hemorragia imparable… Poco después, cayó un compañero de colegio nuestro, Federico Martul, que también compartió militancia con Gustavo. Fue así que ambos dejamos mi casa. Durante un mes, nos cobijaron conocidos de la militancia en el barrio. La ayuda de la organización era nula. Si encontrábamos lugar para uno lo destinábamos a Gustavo, porque sin documentos no podía quedar en la calle, yo sí. Una noche nos metimos por la terraza de un amigo en la casa de otra gente que estaba de viaje. Pensábamos dormir ahí y aprovechar para bañarnos, pero a los pocos minutos sentimos ruidos y resultó ser que el dueño de casa se la prestó a un amigo para tirarse una canita al aire. Mientras el tipo se solazó toda la noche, nosotros estuvimos escondidos debajo de las camas de los chicos en la habitación contigua y cada vez que iban al baño yo veía los pies de la pareja y rezaba para que no nos vieran. A fines de junio apareció el cadáver de Federico junto a los de Mirta y Gabriel, otros dos compañeros de colegio. Decidimos volver a mi casa […] Para esa época ya los montos se habían militarizado […] la acción política era nula... Recuerdo que en esos días vertiginosos lo más útil que podíamos hacer era tratar salvar a otros. Por una particularidad de mi casa podíamos ocultar gente en la terraza sin que ni siquiera mis viejos y nuestros vecinos se enteraran. Hacía mucho frío y muchos compañeros durmieron alguna noche en un cuartucho de la terraza, con unos trapos viejos y abrazados a mis perros para darse calor. En esas noches tuvimos varias discusiones jodidas, yo a esa altura del partido era conciente de que la conducción montonera era totalmente imbécil o, en fin, totalmente traidora. Una de las discusiones más jodidas fue cuando Gustavo, que iba ascendiendo de jerarquía a medida que desaparecían compañeros, pasó al grado de aspirante en la Orga. Fue entonces cuando comenzaron a prepararlo para participar en algunos procedimientos que ya no serían los habituales de agitación y propaganda. Lo más triste era que por su grado debía ser chofer de un auto y él no sabía manejar, así que debía gastar plata que casi no tenía en tomar clases de manejo de autos en las academias de Parque Centenario… Gustavo vivió en mi casa hasta diciembre del 76. En enero del 77 empecé la colimba. Estuve tres meses de instrucción y terminé como Policía Militar en Palermo. Una tarde de agosto llegué a mi casa vestido de colimba y al abrir la puerta encontré a Gustavo. Nos abrazamos mientras a mi vieja se le caían las lágrimas, hablamos de la vida de cada uno. Yo de los colimbas que se chuparon de mi compañía, de las sesiones de tortura en la enfermería del regimiento mientras en los altoparlantes pasaban música de Quilapayún, los Olimareños o Serrat […] de cómo me usaban de peón de mudanza o saqueo en casas de gente secuestrada. Él me dijo que se venía una contraofensiva, que me perdonaba que me hubiera quebrado porque sabía que en el momento debido yo iba a estar con las armas en la mano en el lugar debido. Me contó que tenía una novia pero que se había exiliado en Israel esa misma semana. Al despedirnos, mientras caminábamos por mi barrio, le pregunté si no sería mejor irse también él del país y cuidarse hasta que vinieran tiempos mejores. Me dijo muy convencido que no, que ya lo había pensado y que estaba seguro de lo que tenía que hacer, que se sentía muy bien y dispuesto a bancarse lo que viniera. Nos despedimos en la plaza de Juan B. Justo y Boyacá, él se fue para el lado de Rivadavia y mientras se alejaba noté que estaba más flaco, pero más ancho de hombros. Cuando volví a mi casa mi mamá me mostró el regalo que le había dejado Gustavo, un reloj de hombre con la malla rota. Nunca entendí el sentido de ese regalo ¿gratitud? Lo cierto es que mi mamá pidió que cuando muera la entierren con ese reloj como recuerdo de un casi tercer hijo que tuvo. Gustavo cayó unos pocos días después […] y no cantó mi casa. El sábado 16-12-06 colocamos la baldosa de Fresco derretidos por el calor. Nos acompañaron los tíos y compañeros del Nacional Buenos Aires de Gustavo. Al tío el llanto le impidió tomar la palabra: Perdón por el recorte de la foto. Las lágrimas se mezclaron con la transpiración cuando Miguel amplió el ¡Nosotros también nos emocionamos! perfil social de Gustavo. Lo más llamativo es que sus tíos no conocían ese rasgo, ratificado por sus compañeros: ¡Hola! Somos tíos de Gustavo Juárez. Queríamos agradecerles el homenaje dedicado a Gustavito. Para nosotros siempre será ese chico travieso que no se quedaba quieto nunca y que llenaba las fiestas familiares de risas y gritos, corriendo y a veces peleando con María Gabriela, su hermana también desaparecida. Estaremos ahí ese día Muchas gracias por todo Marta y Eduardo Juárez Allen El fresco y soleado 16-9-2010 rehicimos la baldosa (Los vecinos nos avisaron que la sacaron cuando rehicieron la baldosa

Fecha de Desaparición o Asesinato: 
Hace 38 años 28 semanas
Barrio: 
Almagro