Strejilevich
Gerardo Strejilevich: 27 años. (DNI 8.308.819, CI 5.255.812, denuncia CONADEP 2535) Estudiaba Física en Exactas (UBA) y estaba a punto de defender su tesis elaborada en la Comisión de Energía Atómica (CNEA) Durante su primaria y secundaria estudió en el Collegium Musisum. Era docente en la Universidad Tecnológica. Su novia Graciela Barroca y su compañero de estudios Daniel Lázaro Rus fueron secuestrados el mismo día que el: 15 de julio de 1977. También fueron secuestrados su hermana Nora y su amigo Manuel Rojas (liberados más tarde) Vivió con su familia paterna en Corrientes 2583, 3º 8
El 1º de marzo de 2008 pusimos la baldosa y la destapamos al día siguiente.
A 30 AÑOS DEL GOLPE MILITAR DE 1976
Hace 30 años nuestro sistema republicano sufrió uno de los golpes más duros y nefastos de la historia de nuestro país. Los derechos humanos y republicanos, pilares fundamentales de nuestra sociedad, se vieron seriamente violados y se instauró un régimen de terrorismo de estado que cometió abusos y crímenes de lesa humanidad. Todos los sectores se vieron seriamente vulnerados, entre ellos el sistema educativo, especialmente el universitario, y el científico-tecnológico.
Adicionalmente a la censura, la pérdida de la libertad académica y el cercenamiento de las ideas, estos sectores sufrieron la irreparable pérdida de muchos investigadores, profesores, maestros, estudiantes, y personal no docente. Toda una generación se vio menoscabada. Muchos sufrieron el ostracismo y muchos desaparecieron sin dejar rastros. Dentro de nuestra comunidad, el régimen hizo desaparecer, al menos, a 24 físicos, colegas nuestros a los cuales les debemos todavía justicia. En memoria de estos hombres y mujeres queremos expresar nuestro más enérgico repudio a aquella modalidad antidemocrática y genocida y decir: NUNCA MÁS desaparecidos, crímenes de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos; NUNCA MÁS un atentado a la democracia; Nuestro reclamo es el de siempre: VERDAD y JUSTICIA
LISTA DE FÍSICOS DESAPARECIDOS Vecinos de Almagro- Balvanera
Gustavo Delfor GARCÍA CAMPANNINI
Matilde ITZIGZHON
Jorge Israel GORFINKEL
Gerardo STREJILEVICH
ANAMNESIS
Sólo la peligrosa inmediatez hace que el cuerpo recuerde la intensidad de esa otra dimensión en la que el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir Jorge Luis Borges Emma Zunz
Radio Invasora 77.07 reporta, Buenos Días… En Otay son 8 carros por carril…Maestros y maestras de verdad hacen paro por tiempo indeterminado… ¿Cuánto te costó tu auto? Tu auto es mucho dinero, protégelo en Bancomer… Te esperamos en Plaza Monarca, la reina de las marcas… Lástima, no es hora de noticias internacionales en Tijuana. Me cebo un mate y abro Página 12 versión virtual. Ahí no me anunciarán que en sus tiendas el color amarillo está de moda. “La justicia reclama a otro genocida que vivió tranquilamente en España durante los últimos veinte años”. Por radio nada, y por Internet, flechas envenenadas. En un bosque de la china un milico se perdió ¿porqué no se pierden todos la puta que los parió? Eso cantábamos.
Como nunca nos hicieron caso no se perdieron; se escondieron y los vamos encontrando. Un logro. Y sin embargo la caza me despierta apenas una tibia curiosidad. Tengo que admitirlo, me gustaría alegrarme pero quedo en neutro ¿Será que me habitué? ¿La cómoda distancia del monitor me protege? ¿El sol californiano me endureció la piel? ¿O es que con el tiempo todo cambia? Al principio la foto de un desaparecido me producía pánico: si podía la daba vuelta para esquivarle la mirada, como quien le teme a un bicho. Logré convivir con el tema dando clases. Lo que dicto se cataloga como derechos humanos, y en la bisagra que une estas palabras con cierta literatura armé mi nicho. No hay mejor manera de olvidar que repetir la misma historia frente a un auditorio tantas veces como sea necesario. Pude así inventarme una vida normal durante casi treinta años. Pero últimamente pasan cosas.
Cosas ínfimas que me alteran más que la suerte de un represor; como si las proporciones se hubieran desarticulado a la distancia. Como si mi destino, antes épico, se jugara ahora en un subsuelo de la historia. El jefe del departamento de Literatura Hispánica de la institución donde trabajo como profesora es ingeniero, no habla una sola palabra de español y no sabe nada de letras. El doctor Wall fue nombrado por el rector para imponer orden en nuestro medio, que desde hace años le da dolores de cabeza al decano por hache o por be.
Desde su llegada, los profesores que habíamos sostenido el caos a cuatro manos durante varias tempestades, mutamos de indispensables a dispensables. En base a una serie de cálculos científicos, el ingeniero pesó nuestros desaciertos, armó su lista de materiales inflamables y puso manos a la obra para separar la paja del trigo. A partir de entonces pasé a ser alguien perseguible, descartable, atacable, humillable y aplastable. Elegantemente, estatuto o Policy File en mano. El meollo de esta historia no es el guión, ni los temas que se discuten entre bambalinas, ni los nombres propios de los personajes. El problema no reside siquiera en los hechos sino en la brecha que se va abriendo entre ellos: por ahí se filtra el miedo que se ocupa de ocuparnos. Un cambio de cabeza (Head) y el aire empieza a enrarecerse; deja de circular en relación inversamente proporcional a la abundancia de circulares. Esta cabeza se las ingenia para aplastar a sus víctimas que, de una a otra semana, no pueden con el peso que ahora arrastran por las salas de clase. Tres de nuestros colegas, durante este período, sigilosamente pidieron licencia por enfermedad. No se entiende cómo un lugar que había sido hasta llevadero puede sufrir tamaña metamorfosis. La desconfianza se va filtrando entre lo que se dice y lo que se hace, y eso que las piezas del juego apenas se han movido: un jefe, un par de aliados estratégicamente ubicados (condición insuficiente pero necesaria), un cambio en la atmósfera política como telón de fondo que no se comenta. Los aliados del Dr.Wall le hacen eco a los sutiles controles que ahora ejerce “el sistema” mientras las víctimas sellamos nuestra asfixia con un nombre: Gulag. Entre dientes y con sorna pronunciamos la palabra mágica y nos reímos. Un Gulag de juguete donde se achica, minuto a minuto, el espacio de lo pronunciable. Las habitaciones se llenan de ojos y orejas, seguimos órdenes, avanzamos por los pasillos sin desviar la mirada. Ayer nomás, durante mi hora de oficina, un colega se asomó para comentarme uno de los entretelones del drama a la Orwell que estamos representando. Se asustó cuando golpearon la puerta. Sintió que venían a buscarnos. ¿Qué absurdo no? dijo como disculpándose. Esa noche decidí dar mi seminario sobre literatura argentina en Food for Thought. Tratándose de un curso nocturno, la cercanía de un mostrador donde circulan elevadas dosis de cafeína, calculé, puede garantizar la atención del grupo. La clase sobre “El otro cielo” fue un éxito. Se comentó el ir y venir de la trama entre espacios y tiempos dobles. Buenos Aires y París, en distintas épocas, se cruzan en un personaje que, en cada lugar, vive experiencias opuestas. ¿Qué tal si entre las dos hubiera más vasos comunicantes? Se los daré como ejercicio la semana próxima, pensé al entrar al baño. Al cerrar la puerta noté una pintada: confunden libertad de expresión con libertad de presión.
Al día siguiente el Dr. Wall me encaró con uno de sus imperiosos correos electrónicos: “Me dicen que dictó clase fuera de la universidad. Conteste por sí o por no”. Cuando me acerqué para explicarle que lo había hecho y por qué, sentenció que estaba terminantemente prohibido sacar al alumnado del radio del campus. “No lo vuelva a hacer jamás”, gruñó. A renglón seguido el Dr. Wall me lanzó otro mensaje para dejar constancia escrita de mi asumido acto ilegal. Remató con otro “jamás”, su jaque mate.
La palabra me atraviesa y me hace cosquillas con una asociación libre, pero su efecto es devastador: quedo como tábula rasa, sosteniendo el vacío, buscando respuesta en el punto final. El punto final se agranda, una nebulosa va ocupando el monitor y dibuja una suerte de mapa. Trato de salir de Yahoo. El cursor no responde. Debo haber apretado la tecla equivocada y di con Google Earth. Se despliega ante mí un Buenos Aires gris, invernal, opaco, las calles de siempre pero más serias, como si un collage de prohibiciones y decretos las mantuviera ordenadas. Es mi ciudad, la que conozco tan bien, ahí está Corrientes, no me cabe duda porque golpean la puerta y sé que vienen por mí. Corro al fondo del departamento, hacia la puerta de atrás. Qué absurdo ¿no? Hay apenas una salida del edificio en planta baja. No hay salida.
El Comando Conjunto ya allanó la casa y estoy atada a una silla contra la pared de la cocina, culpable de los crímenes que ellos descubren, decretan o imaginan, lo mismo da. Esto no es otra cosa que memoria traumática, diría un experto. Si fuera anamnesis, recuperaría lo olvidado, no estas imágenes sino algo que se le perdió, que no encuentra ni en las noticias ni en los rincones de este mapa sin orillas. Si fuera anamnesis se acortaría la distancia entre aquellos hechos y mis palabras. Podría contarlo porque recordar me abriría un saber. Pero ¿qué me abre esta escena? Ya la conté una y otra vez y no logro meterla en el tiempo. Sigue congelada, no soy capaz de destrozarla y armarme otra, una que tenga salida y me deje escapar de una vez por todas, una que me deje correr y correr y no volver más al momento en que me arrancan de mi mundo, al momento en que quedo atrapada para siempre en un terror centrífugo y centrípeto. Paralizante. Pataleo y grito mi nombre en la vereda con todas mis fuerzas, pero pierdo.
Estoy en el Ford Falcon y no puedo salir aunque hayan pasado veintinueve años y yo esté en mi oficina traduciéndole a un alumno el epígrafe del cuento de Cortázar: “Estos ojos no te pertenecen, ¿de dónde los sacaste?” Giro los ojos a la ventana desde la que veo, nítido, el panorama de la ciudad: un laberinto para mí, un no lugar donde pierdo el rumbo. Doy por terminado el día laboral y ya en el auto acelero para volver a University Heights, mi barrio. En el camino busco refugio en mi espacio favorito, The Tender Bar, donde hago una parada técnica para saborear una copa de Carmener. La cepa suave que diluye la ansiedad. Mientras espero enchufo la laptop bajo el mostrador para volver sobre el mensaje. Al hacerlo me sacuden unas leves descargas eléctricas y me irrito con el mozo: “En mi país las descargas las dan gratis… ¡pero acá me cobran!”. No sabe de qué le hablo, promete arreglarlo. Me mudo a una mesa, alterada. El pianista toca My Funny Valentine. No puedo evitar la asociación libre con My Bloody Valentine, una película de horror. De repente grito ¡Eureka! El mozo ya me mira con desconfianza y no me ofrece otro trago sino la cuenta. Pago, dejo poca propina y salgo. A pesar del incidente me voy recuperando.
A esta altura soy Watson dispuesto a cazar al informante que, acabo de recordar, ya había denunciado otro de mis crímenes. En College Avenew paro frente al semáforo y aprovecho para repasar una por una las caras de mis alumnos, tratando de detectar la del espía que trabaja para el jefe. ¿Será John? La marina le paga los estudios y ese día me compró Memorias del río inmóvil, una novela sobre la sobrevivencia post-dictatorial.
A duras penas pude conseguir unos ejemplares en Buenos Aires y los traje a San Diego para mi curso. “¿No sabía usted que está prohibido vender libros en clase? ¿En qué mundo vive?” acotó después el Dr. Wall. Eso me pregunto, en qué mundo viviré. En un mundo donde Floyt, desaparecido en los setenta, liberado tal vez en los ochenta, mendigo en los noventa, aparece en la vida de unos ex militantes que apuestan a identidades , posmodernas, para adaptarse a un medio huérfano de utopías.
El hombre-ruina les dispara la memoria: algo queda en ellos al desnudo frente a su ser-espejo. Me escapo sobre cuatro ruedas de no sé qué ciudad. Me escapo del candado que se abre, del cuerpo que se sumerge en una región nada transparente. El pie derecho aprieta el acelerador. Entro a la autopista, ese delta de la vida local en el que practico la novedosa técnica de la duda metódica. ¿Un geniecillo maligno me hace creer que esto existe? Doy la señal de giro a la izquierda mientras Radio Tijuana, la mejor de su dial, informa: “Era muy temprano, mi cuñado salía y cuando abrió la puerta lo primero que vimos fue un revólver encañonándome. Eran como diez”. Rufino Almeida recuerda que el represor Taddei, detenido hoy en Madrid -El padre, como lo llamaban cuando era coronel- fue el que irrumpió en su casa cuando lo secuestraron en junio de 1978. Los espejos retrovisores no bastan para evitar el punto ciego del auto, hay que girar la cabeza para ver si se cruza un trasnochado. Prohibido pasarse de carril sin mirar. Me da miedo, pero puedo. Yo puedo, tú puedes, nosotros. El poder ya no estalla desde abajo, con sus cánticos y pintadas. Ahora se expande, se instala en la clase, es un ojo que registra e informa. Big Eye is Watching. Salir de la autopista, disminuir la velocidad, doblar por El Cajon o “Al Cajón”, como dicen por acá, vamos bien. Ojos, pares de ojos que mi tío tapa con cinta Scotch cuando empieza a ver milicos por todos lados el día que secuestran a sus hijos. Pares de ojos que nos siguen hasta cazarnos como moscas en las callecitas de Buenos Aires. Pares de ojos que nos siguen en todas las lenguas, multiplicándose. Ojos que son pies y pies que son manos, electrodos, golpes, ataduras. Nombre y código al entrar, si no te acordás no salís más.
La memoria como tabla de salvación, una mentira más. Memoria de retazos, como si un corte los hubiera lanzado más allá del tiempo. Estoy en la celda y no quiero pensar en mis viejos buscándome. Oigo los gritos de mi hermano, me están matando, más gritos y quieren nombres, el electrodo con su voltaje. Un metal me cose el horror ¿O me lo inserta? Soy esta cosa inerte que palpita. Estoy mareada, las luces me enceguecen, me piden driver’s license - para variar no está en el auto, me la olvidé, otra infracción. Oigo sirenas, me arrastran, hablan al unísono, unos hombres avisan We are taking her. Me llevan, no sé adonde. Veo gris sobre gris. Oigo sonidos, a lo lejos.
Se oye un altoparlante anunciando que una señora de mediana edad fue trasladada a la sala de urgencias del hospital UCSD, en Hillcrest, tras un accidente de auto en El Cajon esquina Texas, a la salida de la autopista 8 West. Se solicita a cualquier persona que la conozca que se presente ya que no lleva identificación. Está inconsciente. Manejaba un Toyota Corolla color champagne, modelo 2007; chocó contra un Ford Falcon verde modelo 1976.
Gerardo compite en la carrera de postas de primer grado. El público aplaude. Preparados, listos ¡Yaaa!
Gerardito corre entre los más rápidos. De golpe se para y gira la cabeza ciento ochenta grados. Sonríe y saluda con la mano: está mamá. Sigue a toda velocidad y llega último. Se larga a llorar.
Gerardo va a primer año de la secundaria y todavía no usa pantalón largo. El nene está adelantado un año.
Gerardito quiere ser director de orquesta y sus padres lo convencen de todo lo contrario.
Gerardito hace travesuras y siempre lo pescan.
Gerardo es inteligente pero no estudia.
Gerardo cambia de colegio porque lo echan. Tiene más amonestaciones que pelos en la cabeza.
Gerardo se opera una rodilla para salvarse de la colimba.
Gerardo estudia pero no trabaja.
Gerardo saca la cara en las asambleas, maldita universidad.
Gerardito tiene novia y la trae a dormir a casa.
Gerardo redacta volantes en la máquina de escribir de papá.
Gerardito es divertido, ingenioso, amistoso y audaz.
Gerardo escribe demasiado [Nora]
Tenemos en el país una orquesta compuesta por
Gran Orquestador: el Señor Burgués.
Director: Juan Carlos Represor.
Intérpretes: obreros y campesinos, con la actuación especial de algunos pequeño-burgueses. Esta música, compuesta en Buenos Aires City, se divide en tres tiempos:
económico (imperialismo vivace)
social (andante en cana o estado de sitio con molto) y
político (fuga en futuro fraude mayor) [Zulma]
Gerardo está fichado. No viene a dormir a casa.
Gerardo apoya la violencia de abajo y desafía la violencia de arriba.
Gerardo teme porque lo siguen.
Gerardo insiste [Nora]
EEl 2-3-08 Nora viajó de EEUU para el acto. Vinieron compañeros de Energía Atómica, de militancia se le dedicó una canción. Nora leyó parte de su libro junto a Zulma Hopen…
Acá estuvo Gerardo |
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El domingo 2 de marzo pasado se colocó una baldosa en un edificio del barrio de Almagro, para recordar el lugar donde vivió Gerardo Strejilevich, estudiante de Exactas detenido desaparecido desde julio de 1977. El recuerdo de su hermana y de sus amigos. |
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Ahora, en la vereda del edificio de Avenida Corrientes 2583 hay una baldosa que dice: “Aquí vivió Gerardo Strejilevich, militante popular detenido desaparecido por el terrorismo de Estado. 15-07-77. Tus familiares y amigos. Barrios x Memoria y Justicia”. Antes, la vereda tenía baldosas iguales entre sí, tal como las conocía Gerardo Strejilevich por transitarlas cada día de su vida hasta que un grupo de tareas lo secuestró. Tenía 27 años. No volvió a pisar esa vereda. Su familia, amigos y compañeros, de militancia y de facultad, no supieron mucho más acerca de él. La iniciativa de homenajear a los desaparecidos porteños nació de la inquietud de varias organizaciones barriales -casi todas nacidas de la crisis de 2001- que conformaron la Coordinadora Barrios por Memoria y Justicia. La primera fue colocada frente a la Iglesia Santa Cruz, en Urquiza y Estados Unidos, en cuya puerta fueron secuestradas varias de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, otros familiares de Gerardo Strejilevich era estudiante de la carrera de Física en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y estaba a punto de defender su tesis de licenciatura, que venía realizando en la CONEA. Militaba en la Juventud Universitaria Peronista, la JUP. El mismo día de su secuestro cayeron otros dos estudiantes de Física y militantes, que trabajaban en la CONEA; eran Daniel Lázaro Rus y Jorge Badillo. Y también su novia, Graciela Barroca. Al día siguiente se llevaron a Manuel Rojas y a la hermana de Gerardo, Nora, quienes fueron torturados en el campo clandestino “Club Atlético” y posteriormente liberados. Gerardo y su novia se estima que fueron llevados al Club Atlético y, cuando éste cerró, trasladados a la Escuela de Mecánica de la Armada. Rus y Badillo también continúan desaparecidos. Una vez llegada la democracia, Nora hurgó en los testimonios de otros detenidos y recorrió la ESMA, acompañada de “atentos marinos”, con el objetivo de reconstruir el destino preciso de su hermano, con poca suerte. El plan militar de borrar el pasado, explícito en la irónica entelequia videlista y apoyado por acciones concretas como destruir y ocultar documentación, parece a veces inexpugnable. Nora también decidió iniciar el trámite por reparaciones a raíz de la desaparición de Gerardo, pero se encontró con una sorpresa. Mientras otros casos avanzaban, el de Strejilevich estaba frenado. La causa de la demora fue sorpresiva: Gerardo había cometido un fraude, lo que impedía el beneficio de la reparación. La explicación también fue sorpresiva. La Policía Federal tenía en sus fichas un caso que le había sido remitido desde la Universidad de Buenos Aires: un joven estudiante no había devuelto un libro de Física a la Biblioteca y no había acudido al juzgado el 16 de diciembre de 1980, tal como estaba citado. El joven era Gerardo. Sus padres habían informado en su momento que su hijo estaba desaparecido desde 1977, pero su “prontuario” recién volvió a estar limpio hace siete años. El turno del homenaje a Gerardo tocó un día de alerta por posibles tormentas, el domingo 2 de marzo pasado. Pero el pequeño acto se llevó a cabo de todas formas: a las cinco de la tarde no llovía, y en la vereda del edificio estaba su hermana, Nora -que actualmente reside en los Estados Unidos- amigos de Gerardo, compañeros de militancia y de estudio. La baldosa es negra, con letras amarillas y rebordeada con venecitas de colores vivos. “El acto fue pequeño, nada rimbombante y muy, muy sentido”, contó Julio Bertúa, compañero de militancia de Gerardo y también, por ese entonces, estudiantes de Física. “Participó gente que lo conocía y que estuvo presente por eso, y también gente que no lo conocía. Es muy particular, muy positivo, que se hayan acercado personas que estaban en Exactas en los 70 pero que no tenían ningún tipo de militancia y que hoy se sienten comprometida con esa memoria”.Bertúa recuerda a Gerardo como un tipo impetuoso, activo, lanzado, “con actitudes imprevisibles y muy buena persona”. “Las cosas que se proponía las llevaba para adelante con todo... Un día discutió tanto con el titular de una materia que lo llevó a decir en clase: ´Si él no sale, el que se va soy yo´”, contó remarcando más de una vez lo importante que considera recordar a los desaparecidos por sus valores humanos. Y, más allá de las anécdotas, Bertúa consideró que no fue casual la seguidilla de desapariciones de personal de la CONEA: “A Rojas y a Nora los largaron, y ninguno formaba parte de la CONEA. Por ahí estaban buscando por ese lado. En poco tiempo desaparecieron muchos compañeros de ahí, como si se tratara de una ´limpieza`, pero por ahora no tengo más elementos que nos ayuden a dilucidar”. Cuando Bertúa usa el plural, se refiere a un grupo de graduados y ex estudiantes de Exactas que volvieron a frecuentarse desde marzo de 2006, cuando la Facultad organizó una serie de actividades recordatorias del 30 aniversario del golpe de Estado de 1976. “Para mí significó un reencuentro con gente que hacía más de 30 años que no veía... Gabriel Bilmes, Oscar Martínez, con el que compartimos también el acto de Gerardo. Volver a compartir, a discutir, a charlar, ver que en todo ese tiempo tomamos distintos caminos pero que hay ciertos elementos básicos comunes que nos sostienen”, concluyó. |
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